domingo, 1 de marzo de 2009

Valium para la Revolución. Una visión psiquiátrica del pasado y el cambio social

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Si uno se pone a pensar en el pasado, siempre hay una relación de un hecho antiguo o causa, con una situación actual o consecuencia. A veces, la memoria puede traicionar los propios hechos y puede olvidarlos por un aspectos muy concretos. Este olvido puede ser bueno, o puede ser malo. Pero el olvido siempre será el olvido, y el olvido no es bueno, ni malo, cuando no es manipulado ni selectivo. Pero el pasado olvidado conlleva a destruir el futuro.

Yo no olvido, como persona, lo que me pasa o lo que me pasó. En la memoria tengo un registro esencial de los hechos. En mi cuerpo o en mi entorno el registro material estará ahí para recordarmelo. Pero simplemente a veces no pienso en el pasado y no encuentro explicación lógica que me muestre o explique cuál fue el proceso que me condujo hasta la situación en donde estoy. A veces estoy muy triste, y pensar en los hechos del pasado que me trajeron hasta aqui me trae un escalofrío atemorizante: No quiero pensar en ello, porque tengo miedo de deprimirme más y más. Pero rehusar ese recuerdo, y negar conscientemente esa memoria es un método que simplemente alargará mi depresión y la convertirá en invivible e infernal. En algún momento esa depresión pasará a ser tarde o temprano una enfermedad incurable que terminará en el colapso o hasta en el suicidio. Y nada más cambiará.

Entonces, veo a la memoria social colectiva en estos términos y creo mi paralelo. En el Perú, el presidente de turno, Alan García, acaba de negarse a construir un Museo de la Memoria, destinado a recordarnos todos los hehcos de esa violencia política y militar alegando que ella se hizo porque fue simplemente necesaria para lograr lo que somos ahora, una sociedad en aparente estado de paz interna. Una especie de sociedad cuerda. Qué idea tan idiota.

Vivimos, una suerte de depresión social. Sólo para hablar de Lima, la depresión a la que hemos llegado alcanza no sólo nuestra integridad psicológica, sino hasta los indicadores materiales de nuestro entorno, es decir la miseria y la pobreza que es tan visiblemente escandalosa. Alcanzamos niveles que escapan la lógica de la razón e incluso de la misma materia. Los ánimos de las personas se vuelven cada vez más hostiles, los traumas crecen y las contradicciones además de ser sociales y económicas se vuelven contradicciones entre el pasado y el presente. No recordamos como sociedad el pasado y lo que ingerimos a diario son las drogas que nuestra mente colectiva necesita para su calma inmediata: los psicosociales, la cultura televisiva y la mentira escrita en los diarios. No vemos nuestro proceso en el pasado, ni vemos nuestro proceso en el presente. Simplemente tratamos sobrevivir en esta puta depresión.

La terapia no está a la vista. El pasado no se afronta, se esconde. No entramos a un proceso frontal contra esta realidad, sino que la trastornamos. Lo que tenemos ahora, es por así decirlo, poco de valium ingerido a diario para afrontar nuestra enfermedad, para hacerla un poco más vivible, pero no para curarla. Como ser humano, es decir como persona individual, quisiera olvidarlo todo. He estado tan deprimido, que siempre creí que lo que necesitaba era olvidar. Me tomaba unos antidepresivos, anhelaba esas pastillas de valium, me dormía para no pensar. Miraba una película, me distraía con la gente y el los psicoactivos. Busqué salir del abismo. Pero no podía estar curado, y sé que en la primera ocasión que propicie nuevamente mi depresión más profunda podré acabar insano o suicidándome. O moriré o cambiaré mi vida de raíz afrontando esos trastornos mentales de manera radical hacia una especie de catarsis. Nuestras distracciones sociales sin embargo nos llevan más a la demencia, al desorden, a la miseria y a la desigualdad económica y hasta política. Nuestros psicosociales nos llevan más allá de nosotros mismos a este aparente estado de calma. Pero esta calma se irá al carajo tarde o temprano. Sólo hacen falta esas condiciones elementales para la catarsis, que ya se acercan sigilosamente.

Las clases dominantes lo saben, los gobernantes lo saben. La memoria es psicológicamente el remedio más sano de enfrentar esta situación. Comprender el proceso de nuestra miseria, es decifrar los códigos para el cambio paulatino. La memoria no quiere ser enfrentada, sólo quiere ser distraida con shows y distracciones. Pero en algún momento, no sé si inevitablemente, el colapso vendrá, y el caos será inevitable. Y no habrá valium que impida ese radicalismo, o incluso esa revolución.

Miguel Aguilar Díaz